Monasterio de Piedra, exuberante vergel de caprichosas aguas (julio de 2010)



Cuando aquellos trece monjes fundadores abandonaron la Abadía de Poblet con el encargo regio, Alfonso II de Aragón mediante, de extender la labor del Císter en las cercanías del cauce del río Piedra, no podrían imaginarse que el progreso y la propia evolución humana convertirían ese rincón aragonés, zaragozano, en uno de los destinos más apetecibles para descansar los sentidos. No en vano es el parque natural de gestión privada que más visitantes convoca en España, aunque sus gestores amplían esta aseveración a toda Europa. El Monasterio de Piedra. Un enclave en el que las aguas del río Piedra, las mismas que le dan nombre al monasterio, han configurado con su fluir de siglos un entramado de caídas, saltos y cascadas que, por momentos, parecen trasladar al visitante a latitudes mucho más tropicales. El milagro del río Piedra: crear una fértil Amazonia en un sureste aragonés, en el marco de un ondulado contexto seco, tendente al monte bajo y el matorral y a ratos árido. Si aprieta el sol, posibilidad que invita a acercarse en la primavera o en el otoño, no echaremos de menos una gorra y unas gafas de sol.

Buena parte de culpa del éxito de este parque la tuvo Juan Federico Muntadas Jornet, enamorado del entorno de un monasterio que por los tiempos en los que vivió, mediados el siglo XIX, caminaba con paso firme hacia una desaparición esbozada por la invasión napoleónica (1808), el Trienio Liberal (1820-1823) y la Desamortización de Mendizábal (1835), tres momentos en los que los monjes tuvieron que abandonarlo para hacerlo de forma definitiva en el último.La Desamortización, especialmente, se cebó con el recinto y aún hoy pueden contemplarse los resultados en la antigua iglesia, ruinosa, destechada, con sus imágenes decapitadas y pribadas de sus manos. Se intuye grandeza en sus acabados. Una pintada, “Templo destruido y sus imágenes mutiladas durante el tiempo que medió entre la revolución de 1835 y el año 1840, cuando pasó a propiedad privada”, avisa del porqué de ese estado. Fue Muntadas en el que recuperó un recinto que con motivo de esa desamortizacion había adquirido su padre, don Pablo Muntadas, en el primer tercio del siglo XIX. Se interesó por la plantación de árboles, facilitó la creación de rutas, implantó de las primeras piscifactorias del Estado (1867) y descubrió la llamada Ruta Iris, un maravilloso descenso a los infiernos en el que la retina, incrédula, no puede dejar de asombrarse ante la grandeza de esa caída de agua de unos 50 metros a la que llaman Cola del caballo.

No es un destino barato, vaya por delante; los 13 euros de la entrada (precio para adultos en 2010) pueden echar para atrás a más de uno. Esta tarifa incluye una visita guiada al monasterio, la posibilidad de asistir a una exhibición de aves rapaces que se realiza a lo largo del día de forma periódica y la certeza de recorrer el parque, la chicha del asunto, un periplo que facilmente nos llevará dos o tres horas. El recorrido guiado por el monasterio, quizá algo brioso, se hace en grupos. Es por eso que hasta que comience tengamos tiempo de ver la exposición sobre el chocolate que preside una de las salas del edificio. Se da la circunstancia de que en Piedra se elaboró por primera vez chocolate en Europa, un dato bastante desconocido. En una completa muestra, rápida, se recoge información sobre este producto procedente de las Indias, su introducción y su expansión por el Viejo Continente; también se recoge información sobre el Císter y otros monasterios de su influencia. El monasterio también cuenta con un completo Museo del Vino en el que se recogen las particularidades de la uva y el cultivo en una zona donde Calatayud, denominación de origen mediante, marca el paso. Del mismo modo, una pequeña exposición de carruajes propiedad de los Muntadas nos permitirá conocer in situ los medios de transporte de la época. Comentaba la guía que desde la cercana Calatayud, a unos 25 kilómetros, podían emplear entre tres y cinco horas. Dado que gran parte del monasterio acoge un hotel de tres estrellas y 62 habitaciones, así como un par de salones/restaurantes susceptibles de acoger bodas y otras celebraciones, muchas estancias no son accesibles nada más que para los huéspedes. Existe un paquete que aúna alojamiento en este hotel y una visita al recinto, aunque para nuestra economía resultaba caro. Verbigracia, según las tarifas de 2010 una habitación doble salía por 136 euros. Los precios bajan algo en el cercano pueblo de Nuévalos, pero tampoco en exceso. “Monasterio de Piedra” es una marca de prestigio y su influencia encarece el entorno.

Una vez dentro del parque, armados con el plano informativo que entregan en las taquillas, sólo tendremos que seguir las flechas rojas y luego las azules. El rápido descenso desde la plaza de San Martín, el nombre que recibe la explanada junto al monasterio en la que se congregan varios de sus servicios (restauración, servicios, taquillas,…), nos deja en medio de un frondoso panorama de árboles y el llamado Lago de los Patos. Desde aquí, entre plátanos, castaños de indias, alméces, fresnos, chopos y saúcos, entre toros, comenzaremos a descubrir los saltos de agua, las curiosas formas de las rocas, las perspectivas y los contrastes. Para el final, claro, lo mejor. El descenso por la Ruta Iris, la que pasa bajo la espectacular cascada de la Cola del Caballo (50 metros de caída), y el Lago del Espejo nos dejarán un inmejorable poso visual para el recuerdo.

Monasterio de Piedra. Ubicación geográfica en las cercanías del pueblo de Nuévalos.


Fray Jerónimo de Aguilar acompañó a Hernán Cortés a México y allí conoció un cacao que le mandó al abad del Monasterio de Piedra, Antonio de Álvaro, donde se fabricó chocolate por primera vez en Europa. Este cuadro, en el museo del chocolate, recuerda tal avance.


Visitantes en el Museo del Chocolate.


Galería del claustro. A la derecha, el acceso a la sala capitular.


Las columnas que lindan con la sala capitula.


Un detalle heráldico en el acceso.


Vista desde el interior de la sala capitular.


Altar barroco de San Benito de Nursia. La imagen está decapitada y también le cortaron las manos.


Detalle del claustro.


Imagen de San Benito de Nursia.


La ruinosa capilla barroca.


Detalle de un capitel en la capilla barroca.


Detalle decorativo en las ruinas de la capilla barroca.


Una de las alas de la capilla barroca.


Turistas ante el altar mayor de la capilla barroca.


Cripta con restos humanos bajo la capilla barroca.


Una imagen sobre los restos de la iglesia.


Otro detalle del claustro. Cruce de arcos ojivales con clave decorativa.


Camino del Museo del Vino.


Museo del Vino.


Otra perspectiva del Museo del Vino.


Figura de cera que parodia la figura del fraile encargado de las ánforas y las tinajas.


Siniestra figura en el Museo del Vino.


Uno de los carros de caballos que se aglutinan en una de las salas cercanas al claustro.


Refectorio acondicionado como salón para celebraciones.


Una vista del claustro y su patio.


Claustro del Monasterio de Piedra.


Habitaciones con terraza del Hotel Monasterio de Piedra.


Una colorida mariposa se asienta sobre una soleada hoja.


Frondosa arboleda en el área llamada El Vergel.


Caminado por las sombras del Vergel.


Embarcadero en el Lago de los Patos.


Salto de agua del Baño de Diana.


Una casita para pájaros en una rama.


Cascada Trinidad. Exótica.


Cascada Trinidad.


Salto de agua en la Cascada Trinidad.


Espectacular Cascada de la Caprichosa.


Un turista inmortaliza con su cámara la Cascada de la Caprichosa.


La caída de La Caprichosa, en una foto tomada desde el Mirador de la Caprichosa, ubicado en la parte superior.


Gruta de la Bacante.


Accesos al Mirador de la Caprichosa.


Saltos de agua en Los Vadillos, en el área llamada Parque de Pradilla.


Fértil ras de suelo.


Por el Parque de Pradilla.


Cascada del Fresno Alto.


Bonita luz filtrada por las copas de los árboles.


El recinto del Monasterio de Piedra, visto a través de la vegetación junto a la Cascada de Fresno Alto. Una parada aquí nos resumirá a la perfección en desnivel del recorrido por el que transcurre la ruta principal.


El camino zigzaguea junto a la Cascada del Fresno Alto.


Cascada del Fresno Alto.


La piedra húmeda.




Descenso a la Cascada del Fresno Bajo.


Visitantes junto a la Cascada del Fresno Bajo.


Al fondo, La Caprichosa.


!Sombra y frescor!


Porosa piedra con cavidades ideales para cuevas.


Un bonito rincón junto al acceso a la Gruta Iris.


Cascada Cola de Caballo y sus sugerentes aguas de tendencia turquesa.


Desde el Mirador de la Cola de Caballo, vistas únicas.


Una ermita, junto al cañón.


La Ruta Iris, descubierta por Juan Federico Muntadas en el siglo XIX.


Menudo acantilado pétreo de la Iris...


Hermosas vistas de las exóticas aguas en un momento del descenso.


Musgos sempiternos en un colgante de piedra captada con un pulso emocionado.


La gruta.


Bajo las aguas que caen, un rincón tropical en Aragón.


Cueva que desciende a la parte baja del parque, donde se encuentra un monolito dedicado al fundador del parque.


Detalle de un colgante en una cavidad abierta en la pared.


Una de las piscifactorías del Centro de Piscicultura que tutela el gobierno autonómico.


Piscifactorías.


Una bonita casa de cuento en el camino hacia el Lago del Espejo.


El Lago del Espejo, con la Peña del Diablo a su izquierda. La zona cuenta con carteles que avisan del peligro de desprendimientos en algunos puntos.


Precioso Lago del Espejo.


Los pies de la Peña del Diablo.


Lago del Espejo.


Retorno hacia la salida a través de la conocidísima Cascada de los Chorreaderos.


Hermoso ejemplar de águila calva, el ave nacional de los Estados Unidos y presente en el Centro de Rapaces.