El hechizo de Cádiz (noviembre de 2011)


Francisco Alba Medina, más conocido como Paco Alba e impulsor de la comparsa en los Carnavales de Cádiz, lo sintetizó muy bien: “Cádiz tiene un sello de noble fino y señoral; y aquí se puso el Non Plus Ultra, que traducido resulta después de Cádiz no hay ‘ná’”. Guasas (muy sensatas y pensadas) aparte, más de 3.000 años de historia a merced del viento del Levante y del Poniente le dan la razón a don Paco. ¡Caray con una de las urbes más antiguas de todo el planeta Tierra! La consideran Tacita de Plata, hija de Hércules, cuna demócrata, un pedazo de Cuba en Europa por eso de evocar pero muy mucho (hasta para el cine) a La Habana… y muchas cosas más. Un cocktel de historia removido y agitado con suavidad. Cádiz es un flechazo instantáneo, una seducción constante, un enamoramiento eterno. Quién lo diría de una antigua islita, o un pequeño archipiélago, que comenzó siendo un punto de intercambio de materias primas y acabó, ya anexionada al continente por un tómbolo y levantada sillar a sillar y ladrillo a ladrillo con la peculiar piedra ostionera, siendo puerta de entrada a los metales preciosos de las Américas y cuna de la primera Constitución liberal de un país invadido. Entre una y otra hay unos cuantos metros de tierra y litros de agua, pues la zona ha cambiado tanto como lo han hecho sus trazas, sus dimensiones y, por qué no decirlo, hasta sus gentes. Cádiz, como buen puerto que se precie, tiene mucho de mestizaje e intercambio. Una curiosa mezcla de gentes, culturas y centurias.

A Cádiz la bombardean con tópicos y estereotipos, pero lo cierto es que estamos ante una capital del cachondeo y el talante optimista. Sí, la cosa está muy malita y el trabajo escasea. Pero la actitud siempre pasa por mirar hacia adelante. Quizá sea un espíritu anclado en sus genes tirando del pasado, desde que los fenicios se establecieron en una de las islitas (las Gadeiras) que constituían el extinto archipiélago que hoy es una ciudad unida a un continente. Intercambio, comercio, afán por encontrar nuevas posibilidades, el buscarse la vida como se pueda con la esperanza de un mañana mejor… por mucho "se mofaran" Los Pre-Paraos de Monchi y César Cadaval en una de sus letras cuando en el Carnaval de 2010 lamentaban: “Que en Cai no hay donde currá. Que en Cai no hay donde currá. Que en Cai no hay donde currar. Que hasta las olas que vienen se van quedando parás". ¿Por qué Cádiz resulta tan mágico? Porque aunque nada es simple en la vida, aquí lo parece y por eso Cádiz es siemplemente Cai. Porque todo es cercano y familiar. Porque hay más luces que sombras. ¡No todo podía deberse a la geoestrategia! En su indispensable El Cádiz de las Cortes (1969), Ramón Solis escribe: "La ciudad de Cádiz está levantada en un sitio no apropiado -carencia de tierras laborables, falta de materias primas, aislamiento-, pero su situación es inmejorable. Cádiz es consecuencia de su situación. Nace bajo un signo que nunca más ha de abandonarla: como ciudad-puerto exclusivamente. El estrecho de Gibraltar puede definirse como el cruce de dos líneas: la mediterráneo-atlántica y la africano-europea. La importancia, pues, de su emplazamiento es tan grande como lo es, en general, la situación de España para con otras naciones". Dan mucho de sí estas poco más de 130 hectáreas...

Los Tampax Goyescas del Yuyu, allá por 2001, proclamaron: “Tacita Trimilenaria que es el orgullo del Mapamundi. Cai, Cai, Cai. Con esa forma alargada que te parece al pico de un cundi. Cai, salada claridad”. Unas décadas antes, en 1963, los Corrusquillos Gaditanos que encabezaba Paco Alba cantaron: “Me dijeron que Cádiz para el turismo no tiene nada que pueda interesar, ni alcázares ni alhambra ni algún tipismo que nos muestre sus huellas de antigüedad. Precisamente Cádiz por ser antiguo ni sus propias ruinas le quedan ya, pero hay en la Caleta muchos indicios de la época quien sabe de los fenicios que con el tiempo lo ha sepultado el mar. Por lo tanto mi Caleta es museo de antigüedades pero hay que ser palometa para visitar sus naves. Si yo tuviera riquezas reconstruiría sus canales edificando lo mismo que Venecia o como suponemos que fue aquel Gades. Aquí no hubo reyes moros que nos legaran mezquitas pero bajo esas aguas hay un tesoro que viven como reinas las mojarritas". Alejandro Sanz escribió una letra cantada por Niña Pastori en la que se decía: "Ay, de los que se preguntan qué es lo que tiene ese rincón, niña. Cái se bebe el sol. Cái es la brisa marinera. Y que remienda tu corazón con la sonrisa más morena". Y el Yuyu en 2001 lo parodiaba en su popurrí goyesco: "En Cai, ¿quién va a madrugar? con lo que gusta aquí un sofá de skai.. Cai, que se despierta por la mañana y va corriendo a echá las persianas"; antes de rematar, que en Cádiz "pa´ver algo levantao hay que mirar a las aceras".

Cádiz es mágica en todos los sentidos. Hechiza. Relaja. Seduce. Un sitio especial donde cualquier rincón se intuye añejo, con un "tatarabisatatarabuelo" fenicio o romano; en el que cualquier esquina puede estar protegida por un viejo cañón rescatado de un desastre naval de la marina española, en el que no será raro que algún paisano se arranque a cantar si frecuentamos uno de esos baretos de tanto pedigrí. Pequeñita y contenida. Y también universal. Así es Cádiz. Cái. Inabordable e inexplicable. Lo mejor, dejarse llevar. Antes de acabar con un brindis de Los puretas del Caribe, ganadores del concurso de chirigotas de 2012: "Arriba, abajo... y en el centro, sin aparcamiento".

Cádiz es una de las ciudades más antiguas de Europa, posiblemente la que más de todo occidente con esos 3.000 años de historia que dan para tanto. Además fue el primer y principal foco comercial de la vieja Iberia hacia el resto del Mediterráneo para convertirse siglos más tarde en el trampolín hacia las Américas. Mucha vocación marinera, en definitiva. En sus calles resistentes a la invasión napoleónica, por si lo anterior no sustentara suficiente notoriedad, se gestó allá por 1812 la primera Constitución de España, la célebre Pepa. Aunque su "éxito estratégico" se debe a su particular, extraña y privilegiada ubicación geográfica, asentada en una minúscula península que domina una gran bahía. Lo que hoy es una península tendió más en otros tiempos a la consideración pura y dura de isla, la isla Kotinoussa, realmente integrada en un pequeño archipiélago de islotes (las llamaban islas Gadeiras). En la que se asienta el Cádiz actual acabó unida al continente por un tómbolo, pero toda la zona ha sufrido muchísimos cambios morfológicos.

Cádiz. Escudo de la ciudad fotografiado en el cartel de una obra. Aparecen Hércules, una pareja de leones y un par de columnas adornadas con la expresión latina "Plus ultra" ("más allá", en castellano). Todo ello rodeado por una orla en la que se inscribe un nuevo mensaje: "Hercules Fundator Gladium Dominatorque" (algo así como "Hércules, fundador y dueño de Cádiz"). Aunque se le atribuya la fundación al héroe mitológico, lo cierto es que el nacimiento de Cádiz se le atribuye a los fenicios. De la confluencia de su espíritu comercial, sus necesidades de ciertas materias primas y el panorama geográfico antes señalado vio la luz una colonia que alcanzaría una prosperidad una notoriedad desconocida. Su nombre, Gadir; "fortaleza o recinto amurallado" en fenicio. La plaza posteriormente fue conocida como Gadeira o Gedeira (para los griego), Gades (con los romanos), Qadis (en árabe),...

Dejando atrás la estación de ferrocarril. El tren es una buena alternativa gracias a la implementación de la alta velocidad (altísima hasta Sevilla).

En los alrededores de la estación de ferrocaril también se encontraba de manera provisional la de autobuses. Y en un entorno de vieja piedra ostionera de aires defensivos.

En lo alto de Puerta de Tierra, pronunciada por los lugareños simplemente como "Puerta Tierra". Último testimonio del recinto amurallado que protegía la ciudad desde el siglo XVI, lo que nos da una idea de qué es Cádiz y dónde está asentado. De alguna manera se puede afirmar que separa el Cádiz histórico y el Cádiz nuevo (ciñiéndonos a una ciudad de 120.000 habitantes que puede crecer, por cuestiones geográficas, lo justito). El torreón es un añadido del siglo XIX como infraestructura del telégrafo óptico entre Cádiz y Madrid, que contaba con 59 torres.

Garita en el baluarte que escolta Puerta Tierra, con vistas a la calle Barcelona y la avenida Fernández Ladreda, paralela en su recorrido al océano Atlántico.

Caminando por lo alto de Puerta Tierra.

Pequeñas calas sobre el Atlántico junto a la avenida Fernández Ladreda. Una vista privilegiada desde Puerta Tierra sobre la pequeña playa de Santa María del Mar, también conocida como playa de los Corrales o playita de las Mujeres.

Profundizando en el centro. Calle Plocia, junto a la plaza San Juan de Dios, en la que se encuentra el ayuntamiento de Cádiz. El nombre de esta calle deriva de que todavía en el siglo XVII esta parte de Cádiz estaba bajo las aguas gracias a un canal natural que se extendía por lo que hoy es toda la plaza y que se empleaba como muelle.

El ayuntamiento de Cádiz, un edificio ecléctico con raíces neoclásicas (1799) y reforma isabelina (1861). El arquitecto Torcuato Benjumeda (quetiene una calle en el Centro) fue su primer arquitecto. Más adelante, Manuel García del Alamo dirigió esos trabajos "isabelinos" del siglo XIX, fundamentamente (pero no unicamente) enfocados a una gran reforma interior.

Ayuntamiento de Cádiz. Ocupó el mismo lugar donde se encontraban las antiguas casas consistoriales. Su estética de templo griego y su atípica y esbelta torre (que dicen quiere recordar al faro de Alejandría) le convierten en toda una referencia arquitectónica para la ciudad. "La casa de Teófila", que nos contaba un parroquiano en un bar en alusión a la alcaldesa Teófila Martínez.

Al fondo se aprecia el antiguo arco del Pópulo, mucho más arco por la otra vertiente, más neoclásico en ésta (por "culpa" de una capilla) y siempre puerta de entrada a este célebre barrio gaditano. Esta puerta, conocida como De la Mar o De la Villa, permitía acceder a la antigua zona portuaria. El arco del Pópulo ahonda sus raíces en el siglo XIII, bajo el reinado de Alfonso X El Sabio.

Calle Marqués de Cádiz, que en otro tiempo fue conocida como calle Palma y luego como Palma del Hondillo. La "mudanza al marquesado" se concretó en 1855. También le decían "la calle de las camas" porque en su centenar largo de metros había (y hay) varias pensiones en las que se alojaban marineros, viajantes y demás personal vinculado con el comercio marítimo.

Tomando una caña en el bar Palma del Hondillo, que recibe su nombre de la antigua nomenclatura de esta calle, aunque se encuentra en la confluencia con la calle Ruiz de Bustamante. Palma del Hondillo es otra de esas tascas peculiares, con raíces chicucas (emigrantes cántabros, normalmente muy jóvenes, en Cádiz) y a la que acudían muchos vecinos a echar la partidita de cartas o dominó. Antiguo restaurante (tiene un saloncito al lado), tenía mucha fama por sus esmerados caracoles. "Desde el 15 de abril estamos sirviendo caracoles, pero lo fuerte viene en mayo y junio", contaba en 2011 Ramón Micea, encargado de este local, al Diario de Cádiz.

En la calle Flamenco, que también da a Marqués de Cádiz, encontraremos esta bodega con muchísmo encanto. Manzanilla San León, Fino Solera o Fino Arroyuelo, entre su oferta de vino a granel.

Panadería La Palma, uno de los negocios más antiguos de Cádiz. Fue fundado en 1860 por un jovencísimo emigrante gallego, José Díaz Ojo, asentado en la ciudad y, como reza el cartel, restaurada en 1983. Su nombre también bebe de la antigua denominación de la actual calle Marqués de Cádiz y al frente del negocio se encuentra hoy en día su nieta.

Pensión España, céntrico alojamiento en la calle Marqués de Cádiz que ejerce de pensión desde comienzos del siglo XIX, nada menos. Eso sí, su estética interior ha cambiado mucho.

En el libro El Cádiz de las Cortes, obra de Ramón Solis, se menciona la existencia de dos alojamiento en esta calle y uno de ellos es esta Pensión. Aquí van unas opiniones...

El acceso al patio interior, hall principal, de la pensión España. Los antiguos marineros han dado paso a los turistas y los extranjeros. En invierno, no obstante, permanece cerrada.



Pensión España. Detalle de la forja de la puerta de acceso.

El vestíbulo principal de la Pensión España.

Vestíbulo y cromadísima primera planta. ¡Y muchas rejas!

Tragaluz central, realmente un patio interior acristalado, en la Pensión España.

"Amoná pateá Caí, pisha".

Ante el arco del Pópulo. Tan curioso nombre procede de la expresión latina que recogía la inscripción que escoltaba una talla de la Virgen: "Ave María, ora por Pópulo". La talla (aunque otras fuentes hablan de un cuadro pintado por el romano Antonio Franco) fue robada o mutilada durante una invasión inglesa y la ciudad, para evitar una repetición de lo acaecido durante el asalto del conde de Essex, ideó (1598) la construcción de una capilla sobre el arco. Y de ahí el aspecto.

Una paloma observa la vida pasar desde el pequeño saliente de una fachada.

Atravesando el arco del Pópulo. Estamos ingresando, como escribe Basilio Pavón, en "el núcleo preurbano y antiguo de la ciudad".

En la plazuela de San Martín. Deliciosa. Como todo el empedradísimo barrio del Pópolo. Esta zona, con permiso del barrio de Santa María, es una cuna del flamenco en la capital.

Un abuelo y su nieto caminan bajo la vertiente más "original" del arco del Pópulo.

Una fachada con columnas salomónicas espera una rehabilitación en la plazuela de San Martín.

Terrazeando en la plaza de San Martín. ¡Qué bien se está aquí!

Callejuela Obispo José María Rancés, que nos dejará en la amorfa y ascendente plazuela de Fray Félix y en el Campo del Sur, avenida ésta colindante al Atlántico. ¡Y no muy lejos de los restos del teatro romano! En la Fray Félix se encuentra la llamada Casa del Obispo. En las entrañas del antiguo palacio episcopal nos espera un museo y un yacimiento arqueológico (5 euros entrada individual para adultos, 7 combinada con la Torre de Poniente) donde contemplaremos restos fenicios y romanos. Los orígenes de Cádiz.

Más vistas desde la plaza de San Martín. El arco de la Rosa "separa" el barrio del Pópulo de la plaza de la Catedral y su nombre, otra vez más, obedece a una figura virginal (de la Virgen del Rosario) que presidía una hornacina. Aunque hay quien hace referencia a una familia de gaditanos con este apellido.

El arco de la Rosa, uno de los tres accesos al antiguo y desaparecido castillo de la villa.

Este cartelito recuerda el porqué de su nombre. La virgen del Rosario se encuentra en una capilla de la catedral vieja, la iglesia de Santa Cruz.

El arco de la Rosa, visto desde la espaciosa y concurrida plaza de la Catedral.

La plaza de la Catedral.

En la plaza de la Catedral, monumento a Fray Domingo de Silos Moreno. Obispo de Cádiz, Silos Moreno fue el gran impulsor de la nueva catedral incluso en los tiempos de renuncias y carestías. La escultura es obra del murciano Leoncio Baglietto.

Calle Pelota y plaza de la Catedral.



Catedral de Cádiz. Los gaditanos le dicen "catedral nueva", aunque oficialmente estemos ante la Catedral de la Santa Cruz sobre el Mar o la Santa Cruz sobre las aguas. Enorme y sorprendente, el entorno de su Torre de Poniente es uno de los mejores miradores sobre toda la ciudad. Y posiblemente el punto más alto de la misma.

Catedral de Cádiz. La curva se impone a la recta. Este templo barroco con toques neoclásicos y rococós (pues realmente no fue terminado del todo hasta 1838) destaca por la mezcla de materiales constructivos, perceptible en su fachada: desde mármoles hasta la nativa, erosionada y célebre piedra ostionera.

Catedral de Cádiz. Acceso principal. Nunca faltan los que piden limosna. Otra particularidad del templo, además de sus dimensiones inconfundibles y su cercanía al océano (desde donde también es inconfundible), son los constantes cuidados que requiere.

Catedral de Cádiz. Un gaditano se aprovecha de una red inalámbrica gratuita en las cercanías del templo para conectarse a Internet.

En las alturas de la catedral de Cádiz. Sorprendente cúpula amarilla, o dorada, que hace única a esta catedral. Es el único templo cristiano que recurre a este color y a esta aplicación muy extendida en el imaginario musulmán.

El Atlántico, a nuestro pies. El Océano es la principal muralla de una ciudad que ha tenido que aguantar durante siglos sus cercos, asaltos y pillajes, fundamentalmente ajenos (como la Toma y Saqueo de 1596 o la del ínclito corsario Francis Drake unos años antes) pero también alguno que otro propio.

Cádiz en todo su esplendor visto desde las alturas de su catedral. Como salta a la vista, el espacio en el que se extiende la ciudad es el que es. Todo un mar de callejuelas que se extiende en algo más de 130 hectáreas (más o menos lo que ocuparían unos 260 campos de fútbol) y que en el pasado fue una isla en su máxima expresión para después integrarse en el continente mediante un tómbolo. A la izquierda se intuye la panorámica Torre Tavira (c/ Marqués del Real Tesoro, nº 10), el edifico más alto del antiguo Cádiz (y eso que hay unas 130 consideradas "torres miradores") y un gran otero sobre toda la ciudad explotado como cámara oscura con fines turísticos. La Torre Taviera, con 45 metros de altura, fue la antigua torre vigía del puerto.

Más vistas sobre Cádiz y, aquí, sobre los astilleros navales.

Una de las torres de la catedral de Cádiz.

Campanario y vértigo en la Torre de Poniente.

La iglesia de Santiago y la plaza de la Catedral, vistas desde las alturas.

Unos turistas alemanes disfrutan del solecito y un refrigerio mientras leen la prensa en una terraza de la plaza de la Catedral.

Otro vistazo sobre la catedral. Realmente se hace obligatoria una visita a sus alturas por todo lo que aporta.

Iglesia de Santiago. Formaba parte del antiguo colegio de la Compañía de Jesús en la ciudad, pero hoy en día sólo queda la iglesia. Una iglesia con un Belén navideño de gran fama, por cierto. El asalto inglés de 1596 deparó tantos desperfectos en su estructura que obligó, ya en el siglo XVII y con la firma de Alonso Romero, a una profunda remodelación que condicionó su fisonomía más o menos actual.

La ciudad vieja es pródiga en guardacantones o guardaesquinas, estructuras que endulzan la estética de las esquinas de las edificaciones y cuya misión era proteger las esquinas del roce y los impactos con los carruajes. Este ejemplo, en la calle Compañía, es uno más. Pero ni de lejos el único. Es más, lejos de existir un modelo tipo, los gaditanos recurrieron a viejos cañones o vestigios bélicos como elementos constructivos.

Un comercio con solera. Al menos el reclamo de su cartelería. Cuchillería Casa Serafín lleva más de 200 años abierto y puede decirse que es un negocio familiar al frente del cual está ahora mismo el bisnieto del fundador. El escritor Arturo Pérez Reverte admira a este hombre y este negocio, como dejó claro en una visita a Cádiz. Cuenta Serafín Gabriel, el bisnieto del fundador homónimo: "Aquí hemos trabajado cuatro generaciones; mi bisabuelo, que fundó el negocio, mi abuelo, mi padre y yo. La clientela ha sido importante, puesto que los grandes toreros de la época dejaban sus estoques y espadas para ser afilados".

Casa Serafín y Bar Brim, en la calle Cuchillería. El Brim era uno de los lugares con más renombre de la ciudad desde que lo inaugurara el cántabro Antonio Díaz González en 1956. Su café, que era y es su especialidad, en vasos de duralex era mítico.

Llegamos a la plaza de las Flores y así es el entorno que nos abraza.

Restaurante Freiduría Cervecería Las Flores, garito mítico gaditano especializado en frituras del mar y adobos varios. Puedes comprar el género en sus mostradores (que siempre será más barato) o en barra y disfrutarlos en su terraza o sus mesas interiores, aunque los sitios son cotizados.

Picando algo en Las Flores. Cerveza fría y adobo exquisito.

La plaza de las Flores es el nombre oficioso de la plaza Topete. Los motivos, evidentísimos.

Escultura a Lucio Junio Moderato Columela, escritor romano especializado en la temática agroganadera cuyo nacimiento se ubica en la antigua Gades.

Plaza de las Flores, presidida por la escultura a Columela.

El arranque de la calle Villallobos, desde la calle Cobos.

¡Todo un 'top-ventas'!

Una pequeña callejuela del centro.

Los balcones de elaboradas rejerías son numerosos. Cádiz es un magnífico museo de variedad de fachadas a escala natural. Una gozada deambular sin rumbo fijo por sus calles.

Plaza de la Candelaria. Este espacio de formas muy puras se construyó como tal a finales del siglo XIX, cuando un antiguo convento fue derribado y parte de su espacio fue entregado para la ampliación de una plazoleta preexistente; y más pequeña.

La escultura a Emilio Castelar, una obra del zamorano Eduardo Barrón (1906), preside la frondosa plaza de la Candelaria de Cádiz y llegó incluso a darle nombre.

Calle Sacramento. Histórica frontera entre la zona más humilde y la más aristocrática de la ciudad de Cádiz y sempiterna candidata (frustrada, claro) para el título de calle más larga.

Balconada en la calle Sacramento.

Una vista desde la confluencia entre la calle Barrié y la calle Novena. El logo de la cadena de ropa Basic contrasta con la bandera británica (cuánto jaleo armaron en su día). Hoy toda esta zona está ocupada por numerosos comercios.

En un palacete del siglo XVIII ubicado en la confluencia de las calles Tinte y Sagasta (y en el que se alojaron entre otros Lord Byron, Benito Pérez Galdós o el duque de Wellington) encontramos el Persígueme, un céntrico local de copas de gran renombre en la noche gaditana.

Plaza de Mina, originalmente plaza del General Espoz y Mina. Otro espacio ajardinado ganado para la ciudad a medidados del siglo XIX sobre antiguos terrenos de propiedad eclesiástica. Un convento, el de San Francisco, perdía así su enfermería y su huerta en favor de la población local. En el número 3 nació el célebre músico Manuel de Falla. Repartidos por el jardín encontraremos diversos bustos de hijos pródigos de la ciudad, como éste del artista y dibujante Antonio Accame.

Llegamos a la Alameda Apocada, un amplio paseo arbolado paralelo a la Bahía de Cádiz, a la altura del restaurante Balandro.

Calle General Menacho. Este militar (1766-1811) une Cádiz y Badajoz. Nació en la primera y falleció defendiendo la segunda, en la que bautiza una de las calles más paseadas de la ciudad.

En el Balandro, un restaurante con mucha fama ubicado en plena Alameda Apodaca con vistas a la bahía (Teléfono: 956 22 09 92).

La cocina del Baladro. Modernidad versus clasicismo y con mucho peso para las raciones (una forma de almorzar muy sureña) bien presentadas. Así es la apuesta hostelera que los hermanos Vélez iniciaron en Cádiz en los años 90.

La Bahía, desde el paseo de la Alameda. Una vista escoltada por las particulares y hermosas farolas instaladas en esta parte de la ciudad. La Alameda actual comenzó a gestarse en la década de los años 20 del siglo XX gracias a los trabajos de Juan Talavera. Dicen que estamos en uno de los rincones más románticos de la ciudad.

Un grupo de visitantes disfruta de las vistas y la brisa desde la balaustrada de la Alameda.

La balaustrada. Los años no pasan en balde ni para la piedra ostionera. Este tipo de material constructivo, muy presente en todo Cádiz hasta en sus fachadas, se extrae de las cercanías del mar. Las minas gaditanas más célebres, las de Puerto Real.



El Atlántico baña Cádiz con el baluarte de la Candelaria (en el llamado Cabo Chico) al fondo. En esta zona de la ciudad existió una pequeña cala, conocida como Caletilla de la Rota, que "se eliminó" allá por el siglo XVII para crear un espacio ajardinado. Un antecedente directo de la actual Alameda.

Elogio del horizonte.

Añejas viviendas en esta parte de la ciudad.

Por los jardines de la Alameda. En este punto la Alameda Apocada se transforma en la Alameda Marqués de Comillas. ¡Cosas del callejero!

Fuentes, azulejería, forjas varias, árboles centenarios,... la Alameda es muy agradable. Y habitual recurso fotográfico para enlaces matrimoniales. Menudo ficus centenario que preside esta zona.

Un par de palomas descansan en la escultura de un niño existente en una de las fuentes de la Alameda.

Iglesia del Carmen (y también Santa Teresa). De estilo barroco, se construyó entre 1737 y 1762 y es una de las iglesias más queridas por los gaditanos más allá de su vinculación a La Pepa. Aprovechó para su construcción la ubicación de una ermita, la de la Bendición de Dios.

Nada como una letra de Antonio Bustos Pavón interpretada por la comparsa Caña y Mimbre en 1988: "No sé que tienen las flores / las flores de mi Alameda / que cuando las olas rompen / rompen "pa" asomarse a verlas / preludiando su romance / las mariposas y abejas. / Guiña la mar a la tarde / en cada rayo de sol. / Mayo va sembrando pasión / dos cuerpos en la "balaustrá" / juran su amor. / Calla el viento y la marea / que se ha "dormio" el gorrión. / Por eso tú, / que me has "dao" más "sentío" / ay, ay, ay, en tanta ocasión / no escapas de mi cante / pues desde niño te llevo en el corazón./ Ay, mi Alameda, balcón divino, / envidio a esas palomas nuevas / que asomadas en el Carmen / admiran tu belleza". Y al lado, el ficus centenario.

Ocaso en el baluarte de la Candelaria.

Calle Buenos Aires.

Caminando por la calle Buenos Aires.

Por la calle Enrique de las Marinas.

Piedra vieja... y mucha de origen marino.

Pinzas de colores esperando ropa que puedan secar al sol.

Plaza de San Antonio, presidida por la originalmente barroca (1669) iglesia de San Antonio de Padúa y sus dos majestuosas (y no originales) torres gemelas. Este espacio fue utilizado como plaza de armas y los edificios colindantes se acabaron llenando de familias acaudaladas. Algunas fachadas confirman esta sensación a la primera. Vamos, que en su día toda esta parte de Cádiz fue una zona de pasta.

San Antonio de Padúa. Nació como ermita, en 1669 se transformaría más o menos en lo que es hoy (con permiso de una remodelación dirigida por Fernando Ortiz de Vierna durante el siglo XIX) y hoy en día es parroquia.

Elegantes edificios en la plaza de San Antonio, entre ellos el que actualmente ocupa la UNED.

Muy cerquita de San Antonio, en la peatonalizada calle Ancha (aunque el acceso principal lo ubiquen por San José), nos espera el Salón Italiano. Esta mítica heladería de Cádiz abrió sus puertas en la década de los años 50 y hasta hoy. Arturo Campo, un gaditano que emigró a Italia y casó allí con Iole Mossena, una italiana con experiencia heladera, decidió regresar a España para abrir primero un negocio en Madrid y otro en su Cádiz natal. Abierta desde marzo hasta octubre.

Vistas desde la terraza del Salón Italiano. A la izquierda, la calle San José. De frente, la calle Ancha.

Un balcón en el centro gaditano.

Café San Felipe, en las confluencias de las calles Santa Inés (antigua Pablo Legote) y San José. Estamos en el corazón de Cádiz.

Oratorio San Felipe Neri, en la plaza homónima. Es el lugar de nacimiento de la Constitución de 1812, Cortes de Cádiz mediante, y en plena fase de acondicionamiento durante esta visita de cara al Bicentenario de la Pepa de 2012.

Esmeradísimos trabajos de forja para el cerramiento de ventanas, muy patentes en toda la ciudad.

Habla el pueblo en la calle Ancha.

Por la calle Ancha...

Rectorado de la Universidad de Cádiz, en la llamada Casa de los Cinco Gremios Mayores de la calle Ancha. La institución nació oficialmente en 1979, aunque la tradición educativa gaditana en materias superiores relacionadas con la marinería siempre fue rica y se remonta hasta el siglo XVI. En la ciudad, de hecho, se instaló en su día el Colegio de Pilotos de los Mares de Levante y Poniente y el primer observatorio astronómico de España.

Un león ornamental en la fachada del rectorado o Casa de los Cinco Gremios Mayores. Este palacio neoclásico acogió la sucursal gaditana de esta corporación que aglutinaba a joyeros, merceros, sederos, pañeros y lenceros de la Villa y Corte de Madrid.

La peatonal calle Ancha, que hace honor a su nombre si la comparamos con otras rúas del centro gaditano.

¡Un acceso muy elegante!

Fachadas de gran belleza y aires señoriales en la calle Ancha.

Medallones ornamentales en el número 43 de la calle Ancha.

Taberna Casa Manteca (c/ Corralón de los Carros, aunque también tiene un acceso por c/ San Félix). Un local abierto en 1953 y popularizado por José Ruiz Calderón, El Manteca, aspirante a torero, currante de todo un poco y emigrante en Alemania. Casa Manteca, antigua mantequería, se ha convertido en uno de los garitos (en el mejor sentido) indispensables de cualquier visita a Cádiz por su estética, sus costumbres y su ambiente. En resumen, un sitio auténtico en su sentido más amplio. Y cada vez con más renombre.

Casa Manteca. Andamos, por cierto, por el llamado Barrio de La Viña. Un local visitado por muchísima gente famosa. En su tiempo no era exactamente un bar. El padre de Pepe Manteca era otro exponente del fenómeno del "chicuco" que tan intensamente conecta Cádiz con Cantabria, esos chicos de origen montañés que entran a currar haciendo recados para unos ultramarinos en La tacita de plata y acababan con sus propios negocios. En este sentido escribía al respecto allá por 2008 Íñigo Fernández en El Diario Montañés: "Hubo más de setecientos almacenes de ultramarinos sólo en la capital y más del noventa por ciento de esos negocios estuvieron atendidos por encargados y dependientes procedentes de Cantabria". La mantequería que regentaba su progenitor acabó llegando a Pepe tras muchas idas y venidas laborales de éste. Y, siendo parcialmente aún un almacen, Casa Manteca es mucho más.

Como si no hubiera pasado el tiempo... O el tiempo no hubiera dejado un hueco libre. No resultará raro encontrarse en el Manteca (bien fuera o bien dentro) con alguien que se arranque a cantar mientras se degusta una cañita picando algo de jamón o queso. Un lugar de esos que rezuman pasión por los toros y el flamenco.

En el Manteca, que no tiene servicio de cocina al uso, el tapeo es al corte. En un papel de estraza de los de toda la vida, el del charcutero, te ponen la cantidad que pides al peso de lo que quieras y a comer. Eso sí, al loro con los automatismos y las costumbres.

En el barrio de La Viña abundan los bares y las terrazas. Aquí, los veladores de la Taberna El Albero, frente al Bar Escalón. Estamos en la calle Virgen de la Palma, aunque vista desde la calle San Félix.

Paseo de Carlos III.

Antiguo Baluarte de la Candelaria, hoy en día lugar compartido por un local de restauración y un pequeño espacio cultural.

Ocaso sobre Cádiz.

Garita defensiva. El Atlántico es, como ya se ha señalado, la principal muralla de la ciudad.

El llamado parque Genovés, el gran espacio verde del Cádiz histórico. Ubicado en la avenida del Doctor Gómez Ulla, junto al Atlántico, alberga esculturas de personajes célebres de la ciudad (como Manuel de Falla, como Carmen Angolotti Mesa, como José Celestino Mutis,...) y más de cien especies de árboles de todo el mundo. Especies de Suramérica, Norteamérica, Japón.... Otra muestra de la ligazón gaditana al comercio ultramarino. El antiguo Paseo del Perejil adquirió su fisonomía actual a finales del siglo XIX, cuando fue reformado por el paisajista valenciano Gerónimo Genovés... y de ahí su nombre.

Al fondo, el castillo de San Sebastián... Esta fortaleza, asentada en un pequeño islote de la costa gaditana, es una de las principales estructuras defensivas de la ciudad, aunque algo tardía en el sentido de que fue levantada a comienzos del siglo XVIII. Un siglo antes, eso sí, y sobre todo tras los pellizcos ingleses de Drake y Essex, contaba con una estructura defensiva dotada con artillería. El malecón (rompeolas transitable) que lo une a la ciudad, el actual y transitado paseo Fernando Quiñones, se construyó mediado el siglo XIX. En el islote, se dice, se fueron sucediendo siglos atrás un templo fenicio, una torre de vigilancia musulmana y una ermita dedicada a San Sebastián.

La playa de La Caleta, uno de los espacios más concurridos por los gaditanos, presidida por su blanco e icónico balneario de La Palma.

Posando en La Caleta.

En la playa de La Victoria, tres kilómetros de franja litoral considerados la mejor playa urbana de toda Europa.