Pontón de la Oliva, senderismo moldeado por el Lozoya y la ingeniería del XIX (abril de 2014)


Pontón de la Oliva. En la Sierra Norte madrileña, pero vecinísima de Guadalajara, que se llega a pisar, y muy cerquita del concurrido y turístico Patones de Arriba. Ubicación geográfica aproximada de esta ruta senderista de ida y vuelta de aproximadamente 14 kilómetros en total. Un recorrido que se aprovecha de las venturas y desventuras del Canal de Isabel II para remontar el río Loyoza desde esta pionera presa del siglo XIX hasta la presa de La Parra. Por el medio, galerías volanderas, senderos, acantilados, bosques de ribera, pistas, pasarelas y hasta zamburguesas de piedra. Mucha mucha pizarra. Y también hasta abejas trabajando. [mapas Viamichelín]

Circulamos por la carretera M-102, recién pasado Patones de Abajo; una ruta que al poco se transforma en la M-134, tras un cruce que nos conduce a las vecinas tierras guadalajareñas. La gran cantidad de aberraciones que se ven en las redes sociales relativas a la tarea conductoras, indignantes y merecedoras del mayor de los castigos, nos empujan a proclamar solemnemente que estas imágenes han sido tomadas desde la posición del copiloto.

Este primer cartel nos indica que el aparcamiento del Pontón de la Oliva está próximo y a la derecha. Como es muy pequeño, otra alternativa es ignorarlo para, unos metros más adelante por esta carretera que conduce a El Atazar, ver la entrada a otro que queda a mano izquierda. Mucho más grande y junto a un poste de parada de autobús.

El aparcamiento en cuestión. Lo dicho. Mucho más grande.

Vistas desde el parking. Un cicloturista se afana por superar uno de esos repechos tan puñeteros de la Sierra Norte de Madrid. Qué buena zona es para el cicloturismo, sin duda.

La carretera M-134. Hay que cruzarla. Justo enfrente de la salida del aparcamiento, al otro lado de la carretera, está la pista de tierra que debemos seguir en dirección al Pontón de la Oliva.

Veremos esto. Unos metros más adelante pasaremos sobre un paso canadiense para el ganado. En la zona hay vacas.

Construcciones abandonadas. En la montaña, la conducción de aguas.

Hermosísimas vistas sobre el valle en el que el Lozoya vierte sus aguas en el río Jarama. El Lozoya parece que no puede existir sin montañas a su alrededor. Y si no las tiene, desaparece como afluente.

Ahí ya vamos viendo el percal del Pontón...

Pontón de la Oliva. Un caminante mañanero se acerca a las instalaciones. El Canal de Isabel II explota parcialmente toda esta infraestructura. Y decimos parcialmente porque hay tuberías y conducciones en uso que traen el agua desde más atrás, pero lo que es esta presa es un monumento a la obra pública que tras siete años de frenéticos trabajos no tardó mucho en caer en el saco roto a consecuencia de algo imprevisto: la primera gran presa concebida para la captación de aguas de Madrid capital era tan solida de muro como porosa en sus inmediaciones, lo que provocaba pérdidas ingentes en las aguas del Lozoya.

Pontón de la Oliva. Esto dice el cártel: "Levantada desde 1851, esta presa y su entorno forman parte del patrimonio histórico del Canal de Isabel II. Por motivos de seguridad y de conservación de estas instalaciones no está permitida la fijación de dispositivos para la escalada ni la práctica de deportes que comporten riesgo personal o el deterioro de las mismas".

El río Lozoya. No tardaría mucho este fresco curso madrileño que nace en el valle de Lozoya al que le da nombre. Muy pocos metros después desembocará en el río Jarama por la margen derecha del segundo, que baja desde la Sierra Norte de Guadalajara.

Pontón de la Oliva. Instalaciones del Canal de Isabel II. Un visitante disfruta de una fresca sombra junto a su perro.

Pontón de la Oliva. La presa. Muro de sillares macizos. Andrés Campos, el famoso periodista de escapadas y viajes, sostiene que tiene algo de pirámide egipcia por esa concatenación de sillares y por la mano de obra que levantó semejante dique. No lo hemos comentado: eran presos. La argolla que presidente la foto que abre esta entrada era una de las que les mantenían encadenados.



Una persona camina por el otro lado de la presa del Pontón de la Oliva, rumbo a las paredes verticales que tanto seducen a los amantes de la escalada...

Pontón de la Oliva. El célebre tramito colgandero: resumen, aliciente e imagen de marca de esta gran ruta senderista accesible a todos los públicos. Ideal para la iniciación.

Pontón de la Oliva. Presa. Los ingenieros que concibieron esta obra fueron listos: aprovecharon la última gran barrera montañosa del Lozoya en su camino hacia el Jarama para montar el muro de contención. Cuentan que dos millares de presos "colaboraron altruístamente" en la construcción. Muchos no salieron de aquí, claro.

Río Lozoya. Vista desde la barandilla de la pasarela que cuelga de la pared de roca y que nos introduce en esta ruta senderista por el Pontón de la Oliva.

Un senderista afronta el tramo de la pasarela. Las vistas, únicas.

La pasarela en cuestión, con la presa a la izquierda.

Tras "un descansito" de tierra firme y real, otro tramito de pasarela igual de bien acondicionado y con las mismas vistas sobresalientes.



La ruta muta en sendero y la vegetación, fundamentalmente monte bajo y matorral de cierta altura, se hace tupido y denso. Varias bifurcaciones nos sugerirán tomar la derecha, pero son veredas que descienden al cauce del río. Nosotros seguiremos recto o, en caso de bifurcación, por la izquierda. No hay problema realmente en no hacerlo, ya que siempre podremos volver a coger la "ruta principal" más adelante, porque lo mismo que hay caminitos que bajan hay otros que suben. En toda una red. Eso sí, a estas alturas del camino. No más adelante.

El Lozoya no baja tan encajonado. Incluso abre un poco las hoces y alimenta pequeñas vegas de sugerentes verdes mientras vemos como se retuerce a medida que profundizamos en estas montañas que frisan los 1.000 metros.

Pontón de la Oliva. A media que nos internamientos hacia la presa de La Parra descubrimos paisajes como éste...

... o como éste, que mira para atrás hacia las montañas que abrazan la presa del Pontón de la Oliva. Un entorno magnífico.

Caminando. Seguimos como a media ladera entre las cumbres y el lecho fluvial. Veremos frecuentemente diferentes infraestructuras relacionadas con el Canal de Isabel II, como esta que se encuentra en una pequeña vaguada en la que el camino traza una gran curva y comienza a variar: pasamos del monte bajo a un camino algo más ancho escoltado por árboles.

Un senderista observa el rocaje de los acantilados de la otra vertiente de esta llamémosla gran hoz.

Pizarra. Muchísima y por doquier. Así se las gastan los campos en la Sierra Norte, toda ella. Y en sus pueblos, aunque sobre todo ya en los de Guadalajara.

Paisajes.

Comienzan a aparecer los grandes árboles. Abundan los fresnos por estos pagos, aunque también hay otras especies.

Otra vista atrás... imposible no fascinarse con tanta belleza moldeada y regada por el Lozoya.

Caminando...

Unos visitantes seducidos por un pradito junto al río, pradito en el que una gran roca nos recuerda un desprendimiento pasado, no han dudado en bajar hasta allí.

Una ruta de pizarra, agua, monte bajo y arbolado de ribera.

Un tramo un poco más abrupto: un senderito rodea una concentración de roca pizarrosa.

Cortado de pizarra. El sendero lo bordea a media ladera.

Vistas desde el punto anterior, algo más despejado que los anteriores y sobre todo que los posteriores. En todo caso, no menos hermoso. El rumor del agua y el trino de los pájaros amenizan dulcemente la labor pateante.

Una vista atrás, una de tantas, desde otro desprendimiento más reciente y fundamentalmente de tierra. De ahí esa parte rojiza que se aprecia en el ángulo inferior derecho.



Los grandes árboles...

El fresno del Pontón de la Oliva. Muchos árboles presentan dimensiones flipantes, pero lo de este ejemplar de fresno es demasiado. Esbelto, bien plantado... uno de los inquilinos más insignes de esta aventura caminante.

Árboles y curso del Lozoya...

Un camino más marcado, escoltado por una hilera vegetal de fresnos...

Un tramito delicioso bajo la sombra de esta ruta.

Los paisajes moldeados por el Lozoya y salpicados de vegetación... una vista diferentes aprovechando un robustísimo árbol.

Rocaje vivo.

La ruta oscila, según el tramo, entre el camino, la vereda y el sendero. Con el Lozoya siempre a la vera, más o menos abajo. Fíjense que belleza de rincón, fíjense.

Un senderista salva el puente pétreo que salva las aguas de un arroyuelo que bajan directas al Lozoya.

Otra instalación del Canal de Isabel II.

Un pozo de ataque o algo así. La ruta nos regala muchas cuevecitas en las que una observación más en profundidad nos descubrirá artificiales. Son parte del Canal de Isabel II. Después leemos en la web de Sierra Norte que se trata de una mina de ataque.

La ruta ensancha cuando llega a esta pista, que en algún momento está asfaltada incluso. Pero afortunadamente no es en toda su longitud, aunque su trazado es magnífico. Por aquí veremos a muchos ciclistas de montaña. Precaución.



Un senderista lee uno de los postes informativos de la ruta que, a partir de este punto, se encuentran con gran facilidad. Si los hay antes, viniendo desde el Pontón de la Oliva, nosotros no los hemos visto.

Otra oquedad en la roca que no es casual.

Un monte vecino de nuestro caminar. La naturaleza, en pleno esplendor. ¡Menudo bosque! Digno del mejor de los universos élficos que aparecen en la literatura.

En medio de enclaves como éste prosigue nuestra ruta...

Enormes árboles caídos sobre el Lozoya, posiblemente fresnos por las particularidades de la rotura de la madera.

Una montaña de pizarra, sin duda una montaña artificial.

Landscape.

Nuevo tramo arbolado. Nos acercamos a las zonas de crianzas animales...

Otro vistazo hacia atrás.

El Lozoya, calmo y en algunos puntos pantanosete.

Proseguimos por esta buena pista. Una de las cosas más destacables de esta ruta, y no es poca cosa, es la sucesión de entornos que nos acompañan. El remonte del Lozoya desde la presa del Pontón de la Oliva a la de La Parra es un mutación constante. Y eso hace mucho más amable esa ida y vuelta.

Vacas paciendo.



Otra edificación del Canal de Isabel II.

Un poco de todo en torno al río Lozoya en este punto...

Un elogio a la siesta campestre.

De las particularides más emblemáticas de esta ruta, que son varias, tiene cierta notoriedad el famoso letrero que nos avisa de nuestro acercamiento a una zona de panales. Se agradece el aviso y se extreman los cuidados, pero sin mayor incidencia. Dicen que la miel de flores de esta zona es pata negra.

Las colmenas.

Esta construcción nos avisa de que estamos llegando a la presa de Navarejos, la siguiente "meta volante" (qué expresión ciclista tan maravillosa) de este rutón con mayúsculas. Un enclave peculiar en la que fue la "sustituta" del Pontón de la Oliva.

Presa de Navarejos. Esta presa tardó cinco meses en construirse allá por 1860 y todos los materiales necesarios fueron transportados, río arriba, en barca desde el Pontón de la Oliva.



Presa de Navarejos. Apenas queda un resto de muro curvo y la especie de casa que ejercía de caseta de compuertas (labor que hoy está completamente informatizada).

Ruinas y paisajes.

Presa de Navarejos. Actúa como salto apaciguador de las aguas y río arriba crea una especie de laguito estancado de gran belleza por los esbeltos sauces y fresnos (además de alisos, alamos y arces) de la otra orilla.

Lo que comentábamos en el pie anterior...

Infraestructura del Canal de Isabel II. ¿Una planta de decantación?

Nueva fase del camino. Una pareja de senderistas nos rebasan a un buen paso.

De golpe aparece ante nosotros una pequeña e irregular planicie, nada de encajonamientos entre sierras como hasta ahora. Un escenario completamente diferente. Y escoltados por una hilera de árboles.

Una casa de labor campestre en un cruce de caminos. Enseguida llegaremos a la presa de la Parra, punto de retorno.

Presa de la Parra.



Pasarela de mantenimiento de la presa de la Parra. A priori el paso está prohibido, pero durante un avituallamiento líquido y sólido que alargó un ratito la parada pasaron caminantes varios y hasta ciclistas de montaña. En tal caso, mucha precación.

El río Lozoya viene de reposar plácido aguas arriba en el gigantesto embalse de El Atazar. Gigantesco: es el más grande de todo Madrid. Quién diría que este curso es capaz de alimentar todo eso...

Otra perspectiva sobre la presa de La Parra.

Concentración de pizarra. Demasiado caótico todo para tratarse de un derrumbe. Más bien parece cosa residual de manipulación de terrenos...

En este pequeño bucle sobre el cauce del Lozoya que hacemos para iniciar la media vuelta coincidimos un tramo con la señalización de la Senda Genaro o Senda del Genaro: un recorrido de 70 kilómetros más o menos que rodea El Atazar.

Esta señal de paraje natural (tiene narices que una señal nos lo recuerde) lo que realmente nos indica es que estamos en suelo de Guadalajara.

Bosque de ribera junto al Lozoya. Vamos a reingresar en el recorrido que traíamos en la ida.

Zamburguesas de granito para cruzar el Lozoya...



Por aquí pasa la Senda Genaro. Por cierto, e interesante, por esta senda organizan una carrera por montaña: la Genaro Trail.

El río Lozoya.

Este camino por el que vamos quedará a nuestra derecha cuando caminemos hacia La Parra. Dicho esto, este bucle también se puede hacer al revés.

Senderistas disfrutan de un tentempié a la sobra de una pequeña arboleda junto al cauce del Lozoya. Esto es lo bueno de la vida, oigan.

Deshaciendo nuestros pasos con una perspectiva completamente diferente.



Un hito.

Bifurcación.

El crecimiento de la vida rompiendo la mismísima roca.

¡Guau! Por estos pagos y con estos entornos abunda la vida salvaje, pero es esquiva para la retina humana. Hay muchos corzos y jabalíes. No faltan los conejos y los zorros. Por no hablar de un montón de insectos, peces y anfibios y otra buena ración de aves, tanto amantes de las copas arbóreas como de los acantilados y las oquedades.

Extraña forma la de ese tronco.

Una estética visión del cañón que preside y ocupa este punto de la ruta.

Grieta. El pedazo de roca restante descansa en el lecho de la hoz. Lo vimos al comienzo, en una de las primeras fotos.

Llegando al Pontón de la Oliva. Visto desde aquí cobra más razón la idea de que construyeron la presa en el lugar más cercano a Madrid donde era posible aprovechar el entorno para hacerlo. Las montañas, literalmente, desaparecen después.

Pontón de la Oliva.

En la vertiente opuesta, muchísimos practicantes de la escalada se afanan con su afición.





Observando a los escaladores y su desafío a la gravedad y la dificultad.

Apurando las vías.

La "pasarela" del Pontón de la Oliva. Es un punto que ciertos días y a ciertas horas está concurrido. Y es que desemboca en una zona donde es posible bajar al lecho del embalse, que está fuera de servicio desde hace siglo y pico, y disfrutar de las praderitas. Muchísimas familias disfrutan así su visita.



Pontón de la Oliva. La presa de los presos.

Río Lozoya. Bañistas con los primeros calores del año. Pero como decía Ramón Gómez de la Serna en sus Greguerías... "Los ríos no saben su nombre".

Camino de servicio del Canal de Isabel II que, tras una bifurcación, nos deja en el aparcamiento. La Sierra Norte de Madrid está repleta de caminos de serbicio para los operarios del Canal. Un tesoro para senderistas y ciclistas.

Pontón de la Oliva. Otra imagen del conjunto para despedirnos... y con el día más avanzado que cuando partimos.