Degustando Cuenca en la Carrera Popular Hoz del Huécar (junio de 2011)



También nos gusta correr, pero a la hora de explicar por qué resulta complicado no quedarse en el escueto, poco profundo pero cierto “porque nos sentimos bien”. Quizá sea por el beso de la brisa, quizá por esa agradable sensación de sentirte vivo cuando una tormenta te “pilla” en plena faena corricolari, quizá por la satisfacción de ir superando retos en cada zancada, de comprobar como nuestra fisonomía va mutando levemente con las nuevas cargas de distancias, quizá por ser una barata forma de ocio y esparcimiento. Pero, por supuesto, también nos agrada el acto de correr cuando se tiene la oportunidad de mezclarse con un entorno hermoso, lleno de alicientes, encantos naturales y referentes monumentales. Detalles que convierten la carga física en una tarea más liviana, menos obsesiva, tan ligera que se relativizan las cuestas cuando aparecen. Y por supuesto cuando los porcentajes insisten, uno tras otro. Aunque las fotos están tomadas con la cámara de un teléfono móvil que si tuviera generación rendiría pleitesía a la del 98, por lo menos, su afán no es otro que tratar de recoger, aunque no sea de una forma sustancial, la grandeza de una de estas citas: la Carrera Popular Hoz del Huécar de Cuenca. Aquí, ya sea hacia arriba o hacia abajo, las cuestas dejan bien clara su presencia. ¡Y cómo! Pero que no se asuste nadie.

Organizada por el Club Atletismo Cuenca desde hace ya veinticuatro ediciones, esta prueba de casi 15 kilómetros (exactamente 14.850 metros), íntegramente por asfalto, le ofrece al participante la oportunidad de probar sus límites en un entorno majestuoso, el de la citada Hoz del Huécar. Junto a las aguas del Júcar, las del Huécar han horadado las rocas durante miles de años, un trabajo lento pero constante que ha acabando configurando lo que hoy en día son Cuenca y su entorno. La ciudad vieja asentada en sobre una enorme mole rocosa rodeada de profundas caídas, una invisible muralla de vértigos, un órdago geoestragético que explica la fisonomía misma de una urbe Patrimonio de la Humanidad desde 1996, que presume en sus lemas de estar “aferrada a la piedra”. Y las proximidades, una relativa estrecha franja de terreno, escoltadas por unas verticales paredes calizas, son una sucesión de pequeños bosques de ribera y tierras de labor. Especialmente en la Hoz del Huécar. Por ahí deberemos correr.





Un día magnífico el del primer domingo de junio de 2011 en Cuenca. En esta prueba, por lo que hemos leído en crónicas, se nota mucho si ahoga el calor o quiebra el gesto el frío. En ese sentido, la XXIV edición fue ejemplar. Desde la salida, en la Calle Calderón de la Barca, un pelotón multicolor bate el asfalto en busca de la calle Carretería. La cita es todo un acontecimiento en Cuenca y las cunetas, pobladas por madrugadores (bueno, no tanto, la carrera sale a las 10.00 horas) y familiares, escoltadas por muchos vecinos que se asoman a sus ventanas y sus terrazas, animan esos primeros pasos. De Carretería, por la Puerta de Valencia, topamos con la mole rocosa donde se asienta el casco viejo, como si de una urbe del imaginario de Tolkien se tratase. La salvamos por la derecha, cruzamos el río Huécar y al poco llegamos a la carretera que lleva hacia Palomera, un pequeño pueblo-pedanía muy concurrido por sus restaurantes. Esta CU-914 engaña. Alterna los repechos con los falsos llanos, pero viendo el perfil nunca deja de tender hacia arriba. Una mirada atrás nos regala una postal de las Casas Colgadas.Un primer avituallamiento nos hará más llevadera la adaptación a lo que viene.

La CU-914 es una especie de circunvalación de la ciudad entre su parte alta, el barrio del Castillo, y la baja, por la que vamos corriendo. Y el alto y el bajo, claro, lo tenemos que experimentar en nuestras piernas. Llegados al desvío hacia Palomera, que queda a la derecha, la carreretera comienza a describir una trayectoria hacia los cortados y comienza a ascender. Una primera rampa muy desagradable que nos permite coger ritmo. A estas alturas, claro, el pelotón inicial es una sucesión de almas errantes más o menos dispersas. Contemplar en las alturas, gracias a una agradecida curva hacia la izquierda que nos sirve de primera referencia, a un goteo de corredores devorando metros resulta motivante; y también una distracción que se agradece. Una enorme roca que se asoma al asfalto marca el final de este repechón que nos pillará con ocho mil y pico metros de carrera. Quedará otro, que se corona cuando esta carretera, en su retorno a la ciudad, llega a un desvío hacia la CU-V-9141. Entramos en una gratificante fase de repechos y descansos desde la que contemplar la hoz, al fondo; o de vez en cuando la mismísima Cuenca en el horizonte. Pese a todo, la ansiada visión del arco y los restos del castillo se hacen esperar. Cuando estén al alcance de nuestra mirada, comienza un vertiginoso descenso empedrado por el casco viejo. Los turistas, alucinados, se vuelcan con unos corredores que se lanzan raudos, empujados por la inercia nacida en las calle Trabuco y San Pedro y que apenas deja degustar la Catedral, el ayuntamiento y todo el entorno de la Plaza de España. Los curveos de Andrés Cabrera y Palafox nos dejan otra vez sobre el Huécar y la zona de salida. Sucede que tendremos que remontar Calderón de la Barca y un pequeño bucle en Carretería que se hace eterno pese a los ánimos de un público más numeroso aún que el de la partida. Pero la Plaza de España acaba llegando. Y con ella, la satisfacción de un reto superado, una satisfacción regada con agua, Fanta, vino y aceite por cortesía de una esmeradísima organización.



Quedan quince minutos para la salida, pero el ambiente crece.


Un antiguo corredor en su retorno siempre es todo sonrisa en los primeros metros de carrera. Detrás, la cada vez más frecuente presencia de corredores con sus retoños.


El pelotón, por Carretería.


Por el paseo del Huécar, a los pies de la ciudad vieja, que queda imponente en la derecha.


A punto de llegar a la carretera hacia Palomera.


¡Rumbo a Palomera! Inmediatamente llegamos a los bosques de ribera. Al fondo, entre las copas de los árboles, el puente de San Pablo.


La carrera pasa bajo la pasarela que une la ciudad vieja con el convento de San Pablo, salvando la Hoz del Huécar. Esta pasarela metálica se construyó en 1902 sobre los restos del antiguo puente de San Pablo, que era de piedra y del que aún queda algún resto. De hecho, todavía se le conoce como puente de San Pablo. En todo caso, un excelente lugar para fotografíar las casas colgadas.


Una carrera con vistas.


Las casas colgadas y el puente de San Pablo, entre rocas y sobre un tupido bosque de ribera.


Las hoces, en pleno esplendor. Por ahí arriba volvemos luego.


El gran pelotón se desgrana con el paso de los kilómetros y la aparición de las primeras pendientes. Hay que economizar bien las fuerzas por la exigencia del tramo central.


Repechito con vistas.


Esta carretera es muy transitada por senderistas, corredores y ciclistas. El tráfico no le es extraño, ya que Palomera es un buen destino de restaurantes, a medio camino se accede a la pista forestal asfaltada que asciende hasta el Cristo y no son pocas las pequeñas explotaciones agrícolas y huertos que se suceden junto al río Huécar.


El entorno cautiva.


Otra perspectiva.


De los tramos más duros de la carrera. Hemos dejado atrás el desvío a Palomera y aparecen las pendientes más fuertes. Una mole de piedra nos escolta en nuestro esfuerzo.


¡Un esfuerzo más!


Llegados a este punto, una enorme roca que se asoma literalmente al asfalto nos sorprenderá por su forma, su dimensión y su pose.


Ya queda poco para pasar lo peor.


¡El lecho de la hoz! ¡Lástima que la foto del móvil le haya apagado la viveza al verde!


Autorretrato en marcha bajo el sonido de Joy Division. Al fondo se observa perfectamente la carretera por la que íbamos anteriormente, que es la misma pero describe una especie de "u" a dos niveles en torno a la hoz.


"Cimeando". Alternando subiditas y bajaditas.


La más dura quizá sea la parte más hermosa en cuanto a vistas.


En el centro, Cuenca.


Ya queda poco para comenzar el descenso.


Llegamos al castillo, pasamos bajo el arco y comenzamos un vertiginoso descenso. ¡Estamos en Cuenca!


Descenso por Trabuco.


La plaza Mayor y el ayuntamiento. ¡Tenemos que pasar bajo ese arco! La catedral queda a la izquierda, pero no la pudimos inmortalizar.


A punto de pasar bajo el arco del ayuntamiento.


Un descenso de locos. ¡Los tiempos por kilómetro menguan de manera increíble y es casi imposible guardar fuerzas para el repecho final, que se hará muy pestoso!


Kilómetro 13. Nos gustó especialmente este tramo por la sucesión de curvas de herradura que desembocan en el Huécar. ¡Nos quedará un kilómetro!