Lisboa, mil ciudades en una (agosto de 2009)



Si fuera necesario ponerle un punto de inflexión a Lisboa en los últimos tiempos, éste podría ser, sin duda, la Exposición Universal de 1998. Fue como una explosión para la capital lusa, que se puso las pilas. Lisboa se reinventó, remodeló barrios, creó una nueva línea de metro, se construyeron infraestructuras o se mejoraron las existentes y volvió a mirar hacia el Tajo, o Tejo como dicen allí, que tantos años ignoró, sumiéndolo en el abandono y el descuido. La Lisboa que fue capital de todo un imperio marítimo, ajena a su río, hipnotizada por las andanzas de la seleçao de fútbol, o por los devenires europeos del Sporting Club, el Benfica y el Oporto. Una tragedia para una ciudad que, cuenta la mitología, fundó el mismo Ulises.


El puente Vasco de Gama, sobre el espectacular estuario sobre el río Tajo. Al fondo, a la derecha, Lisboa. Se intuye el puente del 25 de abril.

Ha pasado más de una década y Lisboa es más cosmopolita, un icono del mestizaje y de la integración entre culturas bien llevada; un centro de poder de las grandes giras musicales internacionales; un atractivo foco para los erasmus por su animada vida, con mucho éxito entre los italianos. Todas esas cosas le han venido muy bien a una Lisboa, sí, que sin embargo ha sabido conservar sus esencias, sus contrastes y un patrimonio cultural impresionante. Hay mucha diferencia entre la Lisboa de la Alfama, la del Chiado o la de Belem. Son la misma ciudad, pero no. Todas las guías de viajes, acertadamente, hacen hincapié en este aspecto. Claro, se puede decir, eso le pasa a cualquier gran ciudad del mundo. En Lisboa, se acentúa.



Típicos azulejos lisboetas, muy frecuentes en las fachas de sus casas con multitud de diseños.

Es la ciudad de las vistas. Desde el castillo de San Jorge; desde el Mirador de San Pedro; desde la Peña de Francia o desde el Mirador de Graça. Incluso, más a lo lejos, desde el Monumento a los Descubrimientos, o los descubridores, y la mediática Torre de Belem. Sitios clave para inmortalizar una instantánea de agradable recuerdo. Lisboa, del mismo modo, es la ciudad de la célebre calçada portuguesa que preside sus calles y plazas: un particular empedrado que preside el firme de sus aceras y plazas con hermosos dibujos geométricos. Una constante en todo Portugal que aquí encuentra el cénit y tiene reflejos en la no tan distante Extremadura.



Dibujos geométricos en el firme de la plaza de Rossio.


Una acera lisboeta en la que se puede ver su morfología, la habitual en toda la ciudad.

Lisboa es uno de los principales destinos turísticos en el extranjero para los españoles. En un estudio que se publicó en 2006, el Barómetro Transhotel, se señalaba que Portugal era el tercer país (13,61%), tras Francia (14,79%) e Italia (25%), donde se hacían más reservas hoteleras. De ese porcentaje, y esto ya lo inferimos a partir de los paseos por sus puntos neurálgicos, Lisboa se lleva un buen pellizco; con la crisis, además, un sitio cercano y relativamente barato gana enteros. Nosotros también fuimos unos de esos españoles y, aprovechando una oferta en Atrapalo, reservamos varios días una habitación en el céntrico Hotel Mundial (Praça Martin Moniz, nº 2) por 355 euros, desayuno incluido.



La habitación del Hotel Mundial en la que nos alojamos.

Como nos encontrábamos en Extremadura, y para desconectar también del coche, optamos por viajar en autocar. La compañía Auto Res tiene dos servicios diarios que unen Madrid, Mérida, Badajoz y Lisboa. Desde Badajoz, un billete de ida y vuelta (para beneficiarnos de un descuento en el importe final) valía 45,90 euros; el trayecto es de tres horas, pero como para ir nos beneficiamos de que en Portugal hay una hora menos, pues eso que le ganamos al reloj. Los paisajes, además, acompañan. Ver Elvas, o Estremoz desde la autovía tiene su encanto. Aproximarnos a la vieja Olispona por el mastodóntico puente Vasco de Gama, una obligatoria experiencia sobre las aguas del estuario del Tajo.


Tornos del metro de Lisboa.



De la estación de Oriente, parada final del autocar, parte una línea de metro completamente nueva, creada con motivo de la Expo. Estamos en la zona que más recuperó aquella muestra universal. La parte costera del gran barrio de Olivais. En Oriente cogemos la línea roja del Metro, o línea vermelha. El metro de Lisboa es uno de los mejores y más cuidados medios de transporte que hemos visto en una ciudad. Limpios, muy bien indicados, con estaciones hermosas dentro de la modernidad. Vestíbulos y andenes temáticos, adornados por los mosaicos tan típicos en Portugal. En la estación de Olivais, por ejemplo, está decoradas con motivos de la virgen de Fátima, por la que hay una enorme devoción en todo el país. Así es la naturaleza de este pueblo: entre lo devoto de la divinidad y lo visceral del fútbol. Y en medio, muchas amarguras, pese al orgullo intrínseco de un territorio básico para la historia de la humanidad.






Curiosa decoración en una de las estaciones de metro de Lisboa. Cada una tiene su propio estilo. ¡La más cercana al estadio del Benfica hasta cuenta con un bingo en el vestíbulo!


En el Metropolitano, y esto es una cosa que descubriríamos gracias a una amistad que es corresponsal de prensa y reside allí, la mejor forma de viajar es adquirir una de las tarjetas Viva viagem. Unas enormes cartulinas verdes, cartao, que valen 1,20 euros, pero que pueden ser recargadas durante un año y no sólo el billete se reduce a 0,80, sino que también pueden añadirse los viajes que se deseen. Otra curiosidad: el metro luso no emplea las catenarias típicas, sino que emplea el denominado sistema de alimentación por tercer carril para recibir la energía eléctrica.






Tras hacer un trasbordo en la estación de Alameda, cogimos la linha verde hasta la de Rossio. Ésta es, por hacer un paralelismo con el Metro de Madrid, como la estación de Sol, o Callao; o Gran Vía. Una de estas de trasiego constante, con varias salidas. Desde allí, andando al hotel, apenas empleamos tres minutos. Nos instalamos, nos acicalamos un poco y comenzamos un paseo por la zona próxima. Un buen punto de partida es hacer una mirada desde el centro de la plaza de Pedro V, popularmente conocida como Rossio.



Plaza de Pedro V.


La plaza, vista desde el elevador de Santa Justa.









Enfrente, el enorme teatro de aires clásicos de Maria II, Alrededor, en un mar de firmes empedrados, edificios de pocas alturas que se superponen en lo que en otro tiempo fueron colinas, con un curioso contraste de comercios clásicos, como una casa da sorte con una imagen de la virgen al fondo, y nuevas franquicias de ropa y comida rápida. A nuestra espalda se abre unas amplias calles peatonales que bajan hacia la Praça do Comercio: el barrio de Baixa. A la izquierda, el Chiado y el Barrio Alto. A la derecha, Mouraria y Alfama. En el centro de la plaza, una escultura de Pedro V que, según cuentan, corresponde realmente al emperador Maximiliano de México, pero éste fue derrocado y la escultura, de viaje a su dueño, suplió un encargo hecho por el monarca luso.


Pedro V o Maximiliano de México.

Junto a la plaza se encuentra la estación de Rossio, desde la que parten los trenes que nos llevan a Sintra y el extrarradio de la gran Lisboa. El ajetreo es constante y será difícil poder disfrutar de su magnífica portada de estilo manuelino y hacer una foto sin muchos invitados.


Estación de Rossio.





Desde aquí, optamos por bajar hacia la Praça do Comercio. Conviene avisar que es muy posible que a nuestro paso nos salga algún paisano ofreciéndonos chocolate (hachís) o maría (marihuana), alguno bastante pesado. Que no se asuste, se pasa de ellos y se cansan. Nos comentaba nuestra amistad que realmente son cuatro, pero que están en un sitio donde se les ve mucho, que para nada es marginal. Mala imagen, en suma. De camino hicimos una parada en un sitio muy recomendable para picar. Realmente es un establecimiento de comida rápida, pero tiene su arte: la Companhia dos Sandes, con muchos locales repartidos por Lisboa. Te puedes comer dos buenos bocatas caliente (como jamón con mozzarella), dos de patatas fritas muy bien hechas y abundantes, una cerveza y un agua por quince euros. Una baguette cuesta unos 3,30 euros y hay ensaladas, muy grandes y frescas, por cuatro euros.




La rua Augusta, centro neurálgico y comercial de la Lisboa más turística.


El célebre elevador de Santa Justa.




Nos acercamos al arco del triunfo, o arco del comercio.

De nuevo con rumbo hacia la Praça do Comercio por la Rua Augusta, un mar de callejuelas se cruzan con la principal. Esta zona de la Baixa está muy bien diseñada. El Marqués de Pombal tenía muy claro qué concepto de urbanización quería poner en marcha y aprovechó para ello los destrozos de uno de los terremotos que ha sufrido una ciudad no exenta tampoco de incendios. A nuestra derecha dejamos el elevador de Santa Justa, una visita inevitable y uno de los símbolos de Lisboa. Enseguida nos plantamos enfrente del espectacular arco del Comercio (también le llaman Arco del Triunfo), otro de los símbolos de la ciudad y desde el que, en teoría, uno alcanza la sobrecogedora Praça. Pero cuando realizamos el viaje, ésta se encontraba en obras.



Detalle del arco del triunfo.



El arco del triunfo, visto desde la plaza del Comercio.



La plaza del Comercio.



La plaza del Comercio, junto al Tajo, vista desde el castillo de San Jorge.



El Tajo, a la altura de la plaza del Comercio. Un lugar en proceso de recuperación.

En medio de un mar de vallas y maquinaria se levantaba la estatua de José I pisoteando con su caballo una serpiente. Y ante éstas, las paradas de los travías. Lisboa conserva este medio de transporte, que convive con modelos modernos y con autobuses. La red de transporte es muy completa y está completamente gestionada por la empresa Carris. Los lisboetas llaman también a esta plaza Terreno do paço.


José I, pisoteando una serpiente.


Terreno do Paço y sus paradas de tranvía. De aquí parten, además, varios recorridos turísticos.



Volvemos por nuestros pasos para regresar al elevador de Santa Justa, de 1901. En función de la hora habrá más o menos cola, pero a nosotros nos tocó esperar un rato. De los dos ascensores, sólo uno estaba operativo. Eso sí, lo hacía con la misma estética de hace un siglo, pero ocupada por gente en bermudas y videocámaras. Por cierto, también lo explota Carris. El trayecto, propio de un elevador, apenas tarda un minuto, pero nos quita de una buena pateada y nos permite ganar unas vistas magníficas de Lisboa, la Alfama y el castillo de San Jorge.


Un turista fotografía las vistas desde el elevador de Santa Justa.


El castillo de San Jorge preside grandes vistas desde el elevador de Santa Justa.


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